Múcura, Caribe Colombiano
La isla Múcura se encuentra a 50 km de Cartagena. Una hora y media es el viaje que hay entre esta paradisíaca isla que se encuentra en el archipiélago de San Bernardo y la ciudad de García Marquez.
"Agua, amigo. Compre agua acá. En la isla no hay y le van a cobrar bien caro", decían los vendedores antes de emprender viaje a Múcura. Pero los mochileros ahorran en gastos. Por eso viajan de mochileros. Y sacan cuenta rápido: con 1 hora y media al sol caribeño el agua se va a calentar. Tanto como para no tomarla pero no lo suficiente como para preparar alguna infusión.
Una vez en la isla, asentado en el hostal o camping en el que se albergue podrá comprar agua. Es cierto, para los lugareños el agua está bien cara. Para la mayoría de los turistas probablemente no: 7 mil colombianos (2,45 usd) un bidón grande.
Los niños andan sueltos por la isla. Nadie los controla. No hay inseguridad en esta isla donde se vive en comunidad. Todos se conocen entre todos, se saben sus nombres y apellidos y caminan juntos. Como Luis Alberto, que con 5 años era el mayor de su grupo, donde había niños de hasta dos años. Ellos vieron caminar unos turistas con un bidón de agua y al grito de "Agua!" se les acercaron corriendo.
Si tienen suerte los isleños, los turistas les darán agua. Y si los turistas tienen suerte, les convidarán agua a los isleños. Es el primer paso para entender cómo se vive en el paraíso. Donde las comodidades no abundan, y la falta de recursos lo convierte en paraíso. El aprecio a la naturaleza es distinto al de cualquier otro lugar.
Los más grandes no necesitan agua como los pequeños. Si tienen sed y no les alcanza para comprar bebida, se trepan a la palmera y bajan un coco. Es una habilidad que requiere tiempo de práctica y esfuerzo. De la naturaleza obtienen todo. La comida son langostas o pescados recién sacado del mar. Desde que son bien pequeños se crían en el mar. Se alimentan de él.
En el caribe también se ven los mejores amaneceres y atardeceres que pueden existir. No sólo por lo visual, sino por lo perceptivo. El clima es cálido de día, pero cuando cae el sol, en ese instante en que desaparece el último rayo allá a lo lejos el clima cambia instantáneamente. La brisa recorre el cuerpo y el frío se apodera unos instantes por el cambio de temperatura.
La noche estrellada es mágica. Muy pocas veces se ven las estrellas como en esta isla. Y mucho menos frecuente es ver que las estrellas sirva de guía. Indican dónde está el norte, el sur, el este y el oeste. Depende cómo sopla el viento los isleños ya saben cómo será el clima del día siguiente.
Y cuando sale el sol nadie se puede quedar despierto. Está prohibido por la naturaleza. Cuando el primer rayo acaricia el mar, el clima vuelve a cambiar. A medida que se azoma esa montaña de luz por sobre el horizonte la gente comienza a despertarse. Se dejan todos los hábitos de cualquier ciudad, y el sol caribeño le recuerda a los habitantes de las islas que son seres naturales. Y que la fuente de energía más preciada es finita. Así que es hora de levantarse, querido. Hace calor y cualquier superficie en la que estés durmiendo se pegará a tu cuerpo por la transpiración.
No existen los ventiladores y mucho menos el aire acondicionado. La electricidad no alcanza para ellos. Es más, tienen horarios para usarla. Hasta hace unos años se movían en plena oscuridad. Pero hace poco unos turistas chinos se quedaron enamorados del lugar, y les regalaron paneles solares equivalentes a 2 millones de dólares. Con este dinero los mucureños iluminan algunas horas de la noche.
Sin electricidad no hay teléfonos. El boca a boca es la mejor comunicación. Para qué van a querer una computadora o un celular, la vida en comunidad no lo necesita. Si querés saber dónde está Jorge le podés preguntar a Eddy, o a Joel, o a Juan Guillermo. Aunque a este último es muy difícil ubicarlo. Siempre está dando vueltas en algún lugar distinto contando hisorias de cómo hacen competencias de quién bucea mejor. O quién es el que más langostas sacó del mar. Siempre él es el mejor y el vencedor. Pero nunca miente. "Ahora a la 1 tenemos el almuerzo Juan, gracias igual. Ya faltan diez minutos". Pero Juan Guillermo no se conforma con eso. Levanta los ojos, mira el sol y retruca "Son las 12 y 10". Podés discutir con él de que es un mentiroso, y que lo dice para venderte las langostas. "Hagamos así hermano", desafía Juan, "fijate la hora y si es la que yo digo me compras". Cualquier turista agarrará el celular para chequera la hora, y tendrá que comerse una sabrosa langosta de mar porque serán las 12:13 horas del mediodía.
¿Qué es más increíble, el sabor de la langosta o utilizar el sol para saber la hora? La única manera de averiguarlo es yendo hasta la isla y probar el verdadero sabor de una langosta del Caribe.