Cristo Redentor de los Andes.
Hace 120 años, el 13 de marzo de 1904, se inauguró el monumento situado en la frontera entre Argentina y Chile, con la presencia de más de tres mil personas. Fue el resultado de un esfuerzo de casi cinco años iniciado por una mujer de sociedad y un obispo. El propósito era representar la paz entre dos países que poco antes se habían enfrentado por un conflicto limítrofe.
“El bronce colosal, alto de siete metros, pesado de cuatro toneladas, impone doblemente al espíritu, con la ingente grandeza de su emsemble (sic) y la magestad (sic) hierática de la actitud del Cristo, a la vez poderosa y apacible, imponente y dulce. El ropaje galileo, con severa elegancia deja volar suavemente sus pliegues al viento de las cumbres; la mano levantada con indecible excelsitud, deja fluir por sus dedos la gracia celestial de la bendición urbi et orbi; y la cabeza, que es de una hermosura extra humana, llena de dolores sublimes y ansia de holocausto, concentra la magestad (sic) y la expresión del Cristo. Aquella cabeza tan ideal y a la vez tan humana es una obra maestra”. Así, con la pomposa prosa de principios del siglo pasado, un anónimo cronista describió el monumento Cristo Redentor inaugurado el 13 de marzo de 1904, en el paso de Uspallata, a 3.854 metros sobre el nivel del mar, en un preciso punto de la frontera entre la Argentina y Chile.
Un proyecto que había comenzado como una iniciativa privada de una mujer de la alta sociedad argentina, recibió el apoyo y el impulso necesario de la Iglesia Católica. Finalmente, el proyecto representó una promesa de paz entre los dos países después de un complicado acuerdo de límites que no cumplió con las expectativas de ninguno.
Al bendecir al Cristo monumental, el obispo de la diócesis chilena de San Carlos de Ancud, Ramón Ángel Jara, expresó su intención de que estas montañas se derrumbaran antes que los argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor.
Después de una difícil ascensión a lomo de mula, una multitud asistió a la ceremonia inaugural, a pesar de la inclemencia de los vientos cordilleranos. Los presidentes de Argentina y Chile, Julio Argentino Roca y Germán Riesco, no pudieron asistir debido a cuestiones de agenda, por lo que enviaron a sus cancilleres, el argentino José Antonio Terry y el chileno Mariano Antonio Espinoza, en sus lugares.
El Redentor metálico, la estatua más grande de América del Sud, como la describieron los diarios de la época, debió recorrer un largo camino, sacudido en parte por las tensiones entre dos países que siempre se reconocieron hermanos pero que habían estado a punto de entrar en guerra, para llegar allí y ser montado sobre un pedestal de hormigón capaz de resistir el difícil clima de las alturas de la cordillera.
Un obispo y una aristócrata.
Angela Oliveira Cézar de Costa, cuñada del político y escritor Eduardo Wilde y vieja amiga del presidente Roca, fue la creadora original de la idea de llevar un Cristo Redentor a las alturas de los Andes. Doña Ángela, una mujer impulsora, discutió el plan con monseñor Marcolino del Carmelo Benavente, el obispo de San Juan de Cuyo y amigo cercano. Como en muchas ocasiones anteriores, la Iglesia y la clase alta de Argentina colaboraron en una tarea conjunta.
La aristócrata y el obispo coincidieron en que el Cristo sería un símbolo de paz para los dos pueblos hermanos y estableció una fecha para su inauguración: el 20 de febrero de 1903. Esta fecha coincidió con los 25 años de pontificado del papa León XIII, quien desde el trono de Roma había reclamado paz y armonía inspirándose en la figura del Cristo Redentor.
En 1899, se realizó una colecta motorizada en las provincias de San Juan, Mendoza, San Luis y la ciudad de Buenos Aires para reunir fondos para la construcción del monumento, lo que demuestra que era una iniciativa fuera del control del Estado. En 1900, obtuvieron 30.000 pesos, una cantidad considerable en aquel entonces.
Tanto el obispo como la mujer tenían la intención de involucrarse con los gobiernos de Argentina y Chile más adelante, sin embargo, en este momento, la prioridad era comenzar la obra y la elección del escultor era el primer paso.
Dos artistas fueron llamados por la comisión encargada de construir el monumento: Mateo Alonso, un catalán, y Rameghini, un italiano, cuyo nombre y trabajos no han sido documentados. El de Alonso fue seleccionado siempre y cuando eliminaba los diversos adornos que pretendía decorar la cruz. El obispo y la mujer deseaban que el monumento al Cristo Redentor fuera lo más despojado posible.
La política y el Estado.
En un principio, había incertidumbre sobre el lugar apropiado para emplazar el monumento. En un principio, el obispo Benavente propuso el paso de Uspallata, pero posteriormente surgieron otras dos opciones. En marzo de 1902, un artículo del diario La Nación afirmaba que el lugar donde se erguiría la imagen no estaba aún decidido, ya que se tenían en cuenta al menos tres puntos adecuados antes de llegar al Puente del Inca.
Los cambios en las relaciones entre Argentina y Chile debido al conflicto fronterizo habían surgido; a pesar de que en febrero de 1899 los líderes de los dos países llegaron a un acuerdo pacífico, entre 1901 y 1902 se extendieron los rumores de una posible guerra y los medios exageraban muchas veces incidentes de poca importancia, lo que empeoró el clima bélico.
“Si hacemos un recorrido por las instancias de negociaciones entre Argentina y Chile de esos meses, podemos encontrar alguna explicación a estas idas y venidas. Es en mayo de 1902 que se firman los “Pactos de Mayo”, por los cuales se puso fin definitivamente al conflicto y a los rumores de guerra inminente. Meses después, en noviembre, a través del árbitro inglés, se establece que el límite internacional estaba en una línea intermedia, entre las altas cumbres (que era lo que Argentina pretendía) y la divisoria de aguas (lo proclamado por Chile). Por esto que decidir el lugar en el que la escultura iba a emplazarse en la cordillera no era fácil antes del tratado final”, explica la investigadora Patricia Corsani en su trabajo “El Cristo Redentor entre argentinos y chilenos o la representación de la Paz perpetua entre los pueblos”.
Recién con el laudo inglés del 20 de noviembre de 1902, los aprestos bélicos, que incluían la compra urgente de acorazados y destructores por parte de los dos países, fueron dejados de lado y quedaron abiertas las puertas para definir el lugar que ocuparía el monumento.
El Cristo y las dos mujeres.
Mientras tanto, en Buenos Aires, se llevaba a cabo la edificación del monumento con rapidez pero sin interrupciones. En la edición del 2 de agosto de 1902, el periódico de la época, El Diario, publicó una colección de dibujos que ilustran las distintas etapas del proceso de creación del Cristo, desde un pequeño dibujo en arcilla y luego transferido al bronce, hasta el modelo de 7 metros de altura y la fundición individual de cada pieza en su tamaño final.
A petición de monseñor Benavente, se extrajo parte del bronce para la estatua de los cañones empleados en la guerra del Paraguay, otro símbolo de paz que se encuentra en el corazón del Redentor de los Andes.
Después de completar la escultura, se presentó en el patio del Colegio Lacordaire de Buenos Aires, que formaba parte de la orden de los domínicos y estaba ubicado en la manzana de Esmeralda, Tucumán, Suipacha y Viamonte. La mujer de sociedad siguió invitando a su compañero, el presidente Roca, a visitar la exhibición con la idea de que el Cristo podría ser una bendición para ambas naciones.
La carta de puño y letra con que Roca respondió al convite muestra que el presidente vio claramente la oportunidad:
“La idea de la estatua de Cristo Redentor, para conmemorar la paz definitiva con Chile, me parece muy cristiana, muy patriótica y muy digna de aplauso. Iré con gusto a verla como Ud. me pide, y si, en efecto es una obra de arte como Ud. la juzga y en armonía con el gran objeto que debe simbolizar, no tendré inconveniente en cooperar a su colocación en una de las más altas cimas de los Andes, como para decir al mundo que estos dos pueblos han olvidado para siempre sus rencillas y vuelto a la vieja y gloriosa amistad. Me parece muy bien lo que Ud. piensa proponerles a los delegados chilenos, así la obra será común y tendrá más mérito”, decía el presidente y, de alguna manera, fijaba cuál sería el emplazamiento del Cristo, el límite entre los dos países en las alturas de los Andes.
Una delegación chilena visitó la muestra el 28 de mayo de 1903 y acordaron colaborar en la inauguración de la obra en la frontera. La única tarea que quedaba era trasladarla y colocarla en el pedestal construido con hormigón y acero laminado por el ingeniero mendocino Juan Molina Civit, inspirado en un diseño del escultor que representaba un altorrelieve con dos mujeres con túnicas abrazándose, simbolizando la unión entre los dos pueblos.
Las mujeres presentes en la figura eran fáciles de reconocer: una de ellas compartía los rasgos de la primera dama de Chile, María Errázuriz Echaurren de Riesco, y la promotora de la obra, la argentina Ángela de Oliveira Cézar de Costa.
Un traslado significativo.
La traslación del monumento desde la ciudad de Buenos Aires hasta Mendoza y, posteriormente, desde allí hasta el lugar de ubicación fue un proceso complicado. Desde Buenos Aires, se trasladaron las piezas de bronce del Cristo a través de un tren que recorrió 1320 kilómetros hasta cerca de Las Cuevas, ubicadas a 8,5 kilómetros del sitio de emplazamiento. Después, se llevaron un lomo de mula hasta la cumbre andina, ubicada a 3854 metros.
El pedestal, que requirió la mano de obra de alrededor de cien trabajadores, finalizó el 15 de febrero de 1904. El escultor Mateo Alonso supervisó la construcción de las piezas de bronce hasta la conclusión del Cristo.
Jesús fue colocado en la mitad de un globo terráqueo, mirando hacia la línea del límite. Hoy en día, se puede observar cómo sostiene la cruz, que tiene una altura de 7 metros, sobre el hemisferio terrestre con su mano izquierda mientras que con su mano derecha parece impartir la bendición.
El día previo a la inauguración, las fuerzas argentinas que participarían en la ceremonia se concentraron en Las Cuevas. Se encontraron presentes soldados del Regimiento I de Artillería de Montaña, una unidad del 2° de Cazadores de los Andes y la Banda 10 de música de la Infantería de Buenos Aires.
Mientras tanto, el hotel del balneario termal del Puente del Inca, ubicado sobre el río Las Cuevas, se vio obligado a montar carpas para alojar a alrededor de 200 personas que pasarían la noche allí, ya que su capacidad era superior. Los presentes incluyeron oficiales de Argentina y Chile, periodistas, fotógrafos y simples espectadores.
Más de tres mil personas fueron las que llegaron al lugar del monumento a la mañana siguiente de manera difícil en lomo de mula. Al arribar al 13 de marzo a las 9 de la mañana, tuvieron que esperar una hora más debido a un retraso de las tropas chilenas.
Se interpretaron los himnos de ambas naciones, se realizaron 21 disparos y, finalmente, se halló al Cristo Redentor, quien 120 años después de ese día sigue vigilando la frontera entre Chile y Argentina.
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Fuente:
Infobae, DiFilm, RUTA 33.